Un profesor de redacción decía que el título era la clave para un gran texto. Que desgracia que soy un fiasco para poner títulos.

Toqué sus bien formadas caderas, abrí sus rebosantes nalgas, las besé cual beso de despedida, las apreté cual moribundo apretando la mano que le sostiene. Vi su ano, su vagina: mojados, esperando ser tocados. Sentí el sagrado calor de sus muslos.
Luego se quedó dormida.

Decirle "objeto de deseo" sería faltarle al respeto; endiosarla no, pero mi historia conoce bien ese camino.

Sólo quiero que ella sienta el mismo deseo de tocarme.

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