Un profesor de redacción decía que el título era la clave para un gran texto. Que desgracia que soy un fiasco para poner títulos.

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No se en que momento de la historia este mundo se volvió un lugar sólo para los aptos... ah, ya recuerdo, desde que existe la vida. Igual no me gusta, es triste; y no es el común problema de extinguirse, es cargar con la cruz del quintito, el gordo comedor compulsivo, el bebedor solitario, el inseguro jamás besado. Ja! Es triste tener conciencia de todas las historias que se pierden en los patéticos y perdedores.

No encuentro naturalidad. Uno se acostumbra a sonreirle a los ancianos, ser condescendiente con los niños y caballeroso con las mujeres, sentarte derechito y siempre mirar a los ojos cuando hablas con la gente. Me han mal educado.
No hay espacio para mi forma más natural, el anciano apestoso que sentado en un café sólo repite: "Los odio, los odio a todos".

Una amiga me dice: Convierte toda esa rabia en algo creativo, algo artístico. Pero, ¿que cara daré a mis amorfos monstruos?, ¿que nombre le pondré a lo que no quiero nombrar?, ¿cómo te cuento su triste historia? ¿Cómo te comparto mi única riqueza capital: puros miedos e inseguridades?
Toma, una piedra, así es todo lo que pasa por mi cabeza: Simple, duro, sin forma.

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